Chick Corea, un gigante del jazz

Habrá que volver al nombre de su más exitoso y transgresor proyecto, Return to Forever, para decir con algo de gracia lo que no hubiéramos querido: que Armando Anthony Corea acaba de regresar al “para siempre”. Y su partida deja huérfanos no a los fanáticos del jazz, sino a los melómanos de aquí y de allá, donde los haya.

Porque nunca antes una figura del género aglutinó tan democráticamente a conocedores y legos, a catedráticos y outsiders. Si las mil y una barreras que rompió como pianista valen para asegurarle a Chick Corea su lugar en el Olimpo de los músicos, sería una sola ruptura, la de las fronteras entre los muchos géneros que trasegó, la que ya había determinado su inmortalidad, desde mucho antes de morir.

El año pasado, casi 55 después de su debut discográfico como solista, nos había prodigado una grabación tan diletante como lo fue a plenitud en su vida artística. Ese disco, llamado lacónicamente Plays, incluyó reflexiones a partir de intereses tan distantes como Mozart y Stevie Wonder, como Scriabin y Thelonious Monk, pasando por el regreso de las legendarias miniaturas para piano solo de la serie Children’s Songs, que solían ser recurrentes en su repertorio desde aquella primera grabación del ciclo para el sello alemán ECM, en 1984.

Corea, quien falleció el pasado martes a consecuencia de un cáncer, había nacido en Chelsea, Massachusetts, en 1941. Hijo de un trompetista dedicado al jazz tradicional, tomó sus primeras lecciones de piano a los 4 años. Tiempo después se convertiría en el cultor de un estilo ecléctico, en el que el interés por los lenguajes electrificados sería uno de sus principales aportes, a partir de principios de la década del 70.

Gracias a su cercanía a muchísimos lenguajes sonoros que pasó por el filtro de su música, novedosa y siempre sorprendente, contó con 65 nominaciones al Premio Grammy, que le significaron obtener 23 estatuillas, siendo de esa manera el cuarto artista más nominado a dicho galardón en su historia.

Chick Corea fue, ante todo, un músico de combo. Sus discos de piano solo dan cuenta de la solidez de su virtuosismo y del terciopelo de su digitación; pero las grabaciones registradas con otros colegas, desde aquellas en formato de dúo (como las realizadas con el vibrafonista Gary Burton) hasta las de orquesta nutrida, tienen el poder avasallante de la comunicación y la generosidad.

El público terminaba integrándose a la conversación celebrando la interpretación de clásicos suyos como La fiesta, Armando’s Rhumba y, sobre todo, el ya legendario Spain, himno de la fusión con los lenguajes de lo que él llamó “su corazón español”, y que no pocas veces lo llevaron a ser referente de la evolución de los sonidos gitanos andaluces, con su proyecto Touchstone.

Pocos podrían ufanarse de haber inspirado a Paco de Lucía, como lo hiciera Corea, en cuyo honor compuso Chiquito.

A caballo entre el poderío de su posterior Elektric Band y el contraste magnífico que revestía luego con su Akoustic Band, Corea hubiera podido perfectamente dormir en los laureles. Pero entre y una y otra banda hubo decenas de emprendimientos más, y cada paso significó para Corea un interés nuevo y, con él, exploraciones en nuevos lenguajes eléctricos y acústicos.

No por nada siempre prefirió ser alumno que maestro. “Cada vez que veo a un músico, no importa su edad, me inspira”, dijo alguna vez. “Siempre hay un pequeño deseo de tocar alguna vez juntos, porque así es como aprendo y crezco”.

La partida de Chick Corea se da apenas meses después del retiro de otro referente del piano jazz por causas de salud, el enorme improvisador Keith Jarrett, y de alguna manera es el colofón de un 2020 que fue el annus horribilis del jazz y, para muchos, de la vida misma. Que su música sea un aliciente en estos tiempos de mareo e incertidumbres.

Jaime Andrés Monsalve



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